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Un Cuento de Navidad

La Navidad siempre había sido la época favorita de Elena. Las luces, el aroma de canela y la calidez de las reuniones familiares llenaban su hogar de una magia que parecía detener el tiempo. Sin embargo, este año era diferente. Sentada frente a la ventana, envuelta en una manta, miraba la lluvia caer mientras sus pensamientos la transportaban a los últimos meses: el diagnóstico, las interminables sesiones de quimioterapia y la incertidumbre que pesaba sobre su futuro. 

Elena tenía 48 años, madre de dos hijos adolescentes, y una esposa siempre dispuesta a cuidar de los demás. Pero ahora, el cáncer había cambiado su papel en la familia. En lugar de ser la organizadora incansable de las fiestas, dependía de su esposo y sus hijos para cosas tan simples como cocinar o decorar el árbol. Esa sensación de pérdida de control y su preocupación por cómo su familia enfrentaba su enfermedad la llenaban de tristeza. 

Mientras se sumía en sus pensamientos, su hija Sofía entró con una sonrisa tímida. 

—Mamá, ¿puedes venir a la sala? Hay algo que queremos mostrarte. 

Con esfuerzo, Elena se levantó, apoyándose en el brazo de Sofía, y caminó lentamente hacia la sala. Al llegar, se detuvo sorprendida: la habitación estaba iluminada con velas y adornos hechos a mano. En el centro, su hijo Pablo sostenía una caja envuelta con papel dorado. 

—Esto es para ti, mamá —dijo Pablo con una mezcla de emoción y nerviosismo. 

Elena tomó la caja y la abrió. Dentro había un álbum de fotos. Cada página contenía imágenes de momentos felices junto a su familia: cumpleaños, picnics, días de playa, y por supuesto, Navidades pasadas. Pero lo más especial eran las notas escritas a mano por cada miembro de su familia. 

“Gracias por enseñarme a ser fuerte”, decía una nota de Sofía. “Eres nuestra guía, incluso en los momentos difíciles”, escribió su esposo, Javier. 

Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Elena. No eran lágrimas de tristeza, sino de gratitud. En ese momento entendió que, aunque el cáncer había cambiado muchas cosas, no había disminuido el amor ni la unión en su familia. 

—Esto es el mejor regalo que he recibido —dijo con la voz quebrada, abrazando a sus hijos y a Javier. 

Esa noche, mientras cenaban una comida sencilla pero preparada con amor, Elena sintió algo que no había experimentado en mucho tiempo: esperanza. La Navidad no se trataba de grandes fiestas o adornos perfectos, sino de estar juntos, apoyarse mutuamente y valorar cada instante compartido. 

Al terminar la noche, mientras apagaban las luces del árbol, Elena miró a su familia y dijo: 

—Prometamos algo: cada Navidad, pase lo que pase, celebraremos juntos y recordaremos lo afortunados que somos de tenernos. 

Y así, en medio de los desafíos, Elena y su familia encontraron un motivo para sonreír. Porque incluso frente a la adversidad, el espíritu de la Navidad logró brillar con más fuerza que nunca.

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