En una pequeña comunidad de Guanacaste, donde el calor del sol y el susurro de los árboles acompañan las jornadas, la familia Gutiérrez esperaba con ansias la llegada de la Navidad. En su humilde hogar, decorado con guirnaldas hechas a mano y el aroma del tamal navideño flotando en el aire, se respiraba una mezcla de alegría y preocupación.
Don Ernesto, el pilar de la familia, había estado sintiéndose débil desde hacía semanas. Su energía, siempre inquebrantable, ahora parecía desvanecerse. Dos días antes de Nochebuena, los resultados del hospital local llegaron con una noticia devastadora: cáncer de próstata. La noticia cayó como un rayo en medio de las festividades.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ana, su esposa, con los ojos llenos de lágrimas mientras miraba a sus hijos, Natalia y Gabriel. Ambos jóvenes, apenas comenzando sus vidas, sintieron cómo su mundo se tambaleaba.
Esa noche, en lugar de llorar, decidieron unirse. Natalia sugirió que llevaran la Navidad a su padre de una manera especial.
—Papi siempre dice que la Navidad no es solo luces, es esperanza. Vamos a recordárselo —dijo, inspirada.
Al día siguiente, mientras Don Ernesto descansaba, los Gutiérrez comenzaron a trabajar en secreto. Gabriel fue a un tacotal cercano y trajo ramas para hacer un portalito, mientras Ana cocinaba el arroz con leche que tanto le gustaba a Ernesto. Natalia decoró el espacio con velas y hojas de jocote, y escribió una carta en nombre de la familia.
Esa Nochebuena, cuando Don Ernesto se despertó, la sala brillaba con una luz cálida. En el centro, un pequeño nacimiento de ramas, y alrededor, su familia sonriendo, sosteniendo la carta.
—Papá, esta Navidad es especial. Tal vez el camino sea difícil, pero no lo recorrerás solo. Vamos a estar contigo cada paso —dijo Gabriel, mientras Natalia le entregaba la carta.
Ernesto no pudo contener las lágrimas. En ese momento, entendió que, aunque su cuerpo enfrentaba una dura batalla, su espíritu estaba rodeado de amor, fuerza y unión.
Esa noche, bajo el cielo estrellado de Guanacaste, la familia Gutiérrez compartió una cena sencilla, llena de abrazos y palabras de aliento. El cáncer seguía allí, pero también la esperanza. Porque en el corazón de los Guanacastecos, el verdadero regalo de Navidad no eran los adornos ni los regalos, sino la certeza de que, juntos, podían enfrentar cualquier desafío.
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